Situada en un islote a 100 millas del Asia continental en su punto más cercano, Japón era una tierra de misterio en los confines de la civilización. Aislados primero geográficamente y más tarde por elección propia, los japoneses desarrollaron una cultura única que absorbió pocas influencias del mundo exterior. En los inicios de la Edad Media europea, la cultura japonesa más desarrollada se hallaba en el extremo norte del Mar del Japón, en la gran isla de Honshu. Hacia el este, al otro lado de las montañas Hakone, estaba Kanto, llanura aluvial y única gran área de las islas para la plantación de arroz. Al norte y este de Kanto se situaba la frontera, más allá de la cual vivían los aborígenes, que habían ocupado las islas desde el Neolítico.
Mapa del periodo Yamato, siglo VII d. C. |
Algunos creen que, hacia el siglo V d.C., la corte Yamato se había convertido en gran parte en ceremonial. Una serie de clanes independientes, conocidos como uji, eran los que detentaban el poder real por debajo del monarca. Los líderes de estos clanes formaban una especie de aristocracia que rivalizaba por el control del país y del trono.
En el 536, el clan de los Soga estableció su predominio, surgiendo de éste el primer gran hombre de estado de la historia, el Príncipe Shotoku, quien realizó reformas que sentaron las bases de la cultura japonesa durante las siguientes generaciones. En el 645, el poder pasó del clan de los Soga al de los Fujiwara, que presidió la mayor parte del periodo Heia (794 al 1185). Este nuevo liderazgo impuso la Reforma Taika del año 645, que emprendió medidas encaminadas a la redistribución de los arrozales, estableció un impuesto sobre la producción agrícola y dividió el país en provincias. Sin embargo, gran parte del territorio permanecía fuera de la influencia y del control imperial. El poder real pasó a familias importantes que habían alcanzado un lugar prominente en las tierras de cultivo del arroz. Los conflictos entre estas familias condujeron a la guerra civil y a la ascendencia de la clase guerrera.
Al igual que en la Europa Occidental medieval, el desmoronamiento de la autoridad central, la aparición de poderosos nobles locales y el conflicto con los bárbaros en la frontera, se combinaron para crear una cultura dominada por una élite guerrera. Estos guerreros llegaron a ser conocidos como samurái, "los que sirven", equivalentes más o menos al caballero europeo. A finales del siglo XII, un gobierno militar remplazó a los nobles que detentaban el poder real por debajo del trono. La cabeza del gobierno militar era el Shogun.
La vida de los samuráis se regía por el código del guerrero, parecido al código de honor de los caballeros europeos. La lealtad a su señor constituía la base de ese código. A cambio de la protección dada al guerrero, éste obedecía las órdenes de su señor sin cuestionarlas y estaba dispuesto a morir en su nombre. El samurái daba gran importancia a sus ancestros y cultivaba religiosamente la tradición familiar para ganar méritos. Su conducta debía ser firme y no dar muestras de cobardía. Los guerreros iban al campo de batalla esperando y deseando la muerte, ya que se pensaba que un guerrero animado por la esperanza de sobrevivir no lucharía bien.
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