Los caraceros armados fuertemente, los expertos en lanzas y los mortales húsares eran las armas de ataque principales en los campos de batalla de antaño. Durante la Gran Guerra, no obstante, se enfrentaron en vano contra el alambre de púas y las ametralladoras. Cuando la guerra en el frente occidental se estancó, la caballería tuvo que desmontar y seguir a sus camaradas a las trincheras. La cosa era distinta en los amplios espacios de Europa del este, donde los cosacos y los ulanos todavía servían de vanguardia y de tropas de choque.
En el Medio Oriente, los rebeldes de la revuelta árabe y sus adversarios otomanos todavía dependían de la velocidad y resistencia de sus caballos y camellos. Son inolvidables los valientes ataques de la Brigada de caballería ligera australiana que, sables en mano, atacaron en Beerseba en 1917 bajo fuego intenso de artillería y ametralladoras. Cuando el frente occidental se movió de nuevo, la caballería volvió también al campo de batalla. Cuando la ofensiva de los 100 día al fin desbloqueó la situación en 1918, las tropas montadas atacaron a los rezagados y a loas defensas sin preparar una vez más.
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