lunes, 1 de marzo de 2021

Los médicos en la Gran Guerra













La metralla afilada, las rocas y escombros, los explosivos y las balas aseguraban que casi cualquier soldado que llegara a la cima resultara herido de alguna forma y muchos caían en tierra de nadie. Los camilleros los llevaban de vuelta a las trincheras. Los oficiales médicos del regimiento, también conocidos como médicos de combate, atendían a los heridos durante el caos de la batalla.

En las estrechas trincheras, trataban de mantenerlos con vida, mientras soportaban el fuego de la artillería y los gritos desesperados de sus pacientes. Estabilizaban a los heridos mientras la batalla se encarnecía y les aplicaban inyecciones contra infecciones a fin de mantenerlos con vida el mayor tiempo posible hasta que los llevaran de las trincheras a la estación de cuidados. Ahí los examinaban y, si algún caso tenía potencial, lo enviaban en una ambulancia a una estación segura tras las líneas.

PRIMEROS AXULIOS

Nada causaba más miedo que yacer sangrando y con dificultades para respirar en la tierra de nadie. Tu camarada sacaría apresurado el pequeño equipo de primeros auxilios envuelto en material impermeable que todos los soldados llevaban en el bosillo de su uniforme. Por lo general, el kit contenía dos gasas, diseñadas para detener el sangrado: una para la herida de entrada y una para la salida. Si el soldado tenía suerte, esto lo mantendría vivo el tiempo suficiente hasta que llegara un camillero por él.

El camillero tenía un equipo de primeros auxilios más grande con gasas más grandes para atender las heridas de metralla. De vuelta en las trincheras, al soldado le aplicarían una vacuna contra el tétanos y otras infecciones y recibiría tratamiento para prevenir un estado de choque y más pérdida de sangre.

La evolución de la medicina









La Gran Guerra producía heridas que ningún médico estaba acostumbrado a atender. No solo hablamos de heridas de bala y metralla, sino al gas venenoso, los lanzallamas y los explosivos de alto poder. Incluso una pierna rota en tierra de nadie solía ser una sentencia de muerte. Las heridas a menudo se infectaban y amputar era la única opción.

A medida que la guerra progresó, no obstante, nuevas invenciones y técnicas salvaron muchas vidas. Las máquinas de rayos X y los laboratorios portátiles detectaban más rápidamente la gravedad de las heridas, y la higiene mejoró con las nuevas formas de antisépticos y vendas hechas con Cellucotton, material de reciente invención. Los bancos de sangre, creados en 1917, junto con el citrato de sodio, que evita la coagulación, permitieron que se llevaran a cabo transfusiones y mejores tratamientos.


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