El frente entre Italia y el Imperio austrohúngaro estaba caracterizado por el terreno montañoso, las extremas condiciones alpinas y un valle alrededor del río Isonzo. Arriba en las montañas, los austriacos pelearon defensivamente la mayor parte de la guerra. Situados en posiciones fortificadas en los Alpes Julianos, las Dolomitas y las mesetas Karst, desafiaron los avances de la infantería italiana. Con camuflajes entre las rocas y ubicados en las cimas de las colinas, los puestos de las ametralladoras y los hábiles tiradores de élite podían resistir en contra de un ejército italiano que los superaba en número, ya que los atacantes tenían que encontrar su camino en los etrechos caminos montañosos cubiertos con nieve hasta las rodillas y subir las pendientes sin cobertura. La eficacia de la artillería era limitada y solo se podían transportar pequeñas armas de montaña a las posiciones más altas, pero las bombas y las balas creaban una granizada mortal de astillas afiladas donde impactaban.
Grandes fortalezas vigilaban el valle del Isonzo, donde se pelearon 12 batallas importantes durante la guerra. Una y otra vez, el ejército italiano lanzó costosos ataques con enormes cantidades de artillería e infantería en contra de las posiciones atrincheradas, y solo conseguía empujar lentamente a los defensores, pero las tropas de asalto alemanas reforzaron a los austriacos en 1917 y en la batalla de Caporetto, en octubre, aplastaron a las defensas italianas usando gas venenoso y tácticas combinadas de infantería y artillería. Esa ofensiva se frenó finalmente por el cansancio y la falta de suministros, y el ejército italiano se las arregló para crear una nueva línea de defensa en el río Piave con la ayuda de los refuerzos franceses y británicos.
La batalla final entre los aliados y el Imperio austrohúngaro se llevó a cabo en ese río en el otoño de 1918, decidiendo el destino del Imperio.
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