A pesar del tratado de la Convención de la Haya de 1899, en el que se prohibía a los ejército usar gases venenosos, los mayores combatientes de la guerra los usaron en un momento u otro. Gas lacrimógeno, gas de cloro, gas fosfeno o el temido gas mostaza; conforme la guerra avanzaba, los químicos eran cada vez más viles. Los horrores de la guerra química provocaron la indignación pública mundial que continuó hasta mucho después de la guerra.
En realidad, las armas químicas fueron relativamente ineficaces. Solo murió el 3% de los que sufrieron ataques con gas, pero los efectos en ojos y pulmones a menudo duraban mucho tiempo. Los más afectados fueron las familias de las víctimas que regresaron a casa, quienes vieron morir a sus seres queridos lenta y dolorosamente a lo largo de semanas y meses.
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